Sin ropa, completamente desnuda ante el espejo, la mujer luchaba contra el frío y el horror. El rostro reflejado en el cristal era el de alguien bello lleno de cicatrices. Su corazón acababa de quebrar de nuevo y pedía a gritos huir, esconderse, y vivir. Pero sus ojos contaban una historia completamente diferente.
Su dolor había sido por mucho tiempo algo que no compartir con nadie, un plato exquisito de único bocado. Estaba empachada de tanto pastel venenoso y por sus venas empezaba a correr una décima parte del valor con el que empezó aquella aventura. Maldito dolor, amigo imaginario que se reía de e