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Mision en el planeta Yugot (cap2.1)

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Capítulo 2.- Primera parte

El regalo

"–Feliz cumpleaños, hijo –dijo su padre, al tiempo que se agachaba para quedar a su nivel y dejarlo ver la pequeña criatura que sostenía en sus brazos, envuelta en una manta–. Tienes una hermanita –sonrío el hombre, antes de indicarle a su hijo mayor que se acerque también.
–Es muy pequeña –dijo él, con sus ojos brillando de curiosidad, mientras enfocaba la mirada en la bebé.
–Tú eras igual de arrugado –se burló Emerick una vez junto a ellos, antes de reír y pedirle sostener a la niña.
–Primero Dennis, recuerda que es su cumpleaños hoy –indicó el padre.
Luego de pedir a Dennis que tome asiento en un sillón, lo dejó tomar a la bebé que dormía en sus brazos".


Luego de tomar desayuno esa mañana del día Amiena, Dennis corre por el camino colina abajo. Por el apuro, apenas ha peinado sus rubios cabellos y cepillado sus dientes antes de salir. El camino no es muy empinado y se lo sabe de memoria, por lo que no tarda en llegar a su destino; este es el arrecife local, que siendo amplio y concurrido, solo a esas horas es posible encontrarlo desierto. Rápidamente saluda al hombre que trabaja en el muelle y se quita los zapatos y la camisa antes de escuchar la infantil voz de Estela que lo llam–¿Qué haces aquí? –pregunta volteando para observar a la chica.
–Quiero ir contigo –dice con sus dorados ojos suplicando y sus cabellos largos y rubios sin peinar, cayendo por sobre sus hombros y su vestido.
–Pero si no sabes qué voy a hacer –sonríe divertido, viendo el acalorado rostro de su pequeña hermana de cuatro años que, jadeante, se quita los zapatos blancos imitándolo–. Puedes esperarme aquí si quieres –indica, recogiendo los zapatos de Estela y posándolos junto a los suyos.
–¿Qué harás? –pregunta intrigada y agachándose al borde del muelle, viendo que el chico sube al bote igual que el hombre–. Quiero ir contigo.
–No sé si sea bueno dejarla aquí sola, Dennis –motiva el hombre, mordiendo su pipa y sonriendo a la niña con complicidad.
–Bueno, ven conmigo –se resigna antes de coger a su hermana por la cintura y subirla con él. A la distancia, Dennis ve a Emerick que había seguido a Estela (para asegurarse de que no se perdiera en el camino,) y haciendo un gesto de manos da a entender que ahora él deberá cuidarla–. Tienes que obedecerme, ¿sí? –pide a la niña que fija sus ojos en él y asiente con seguridad.

"Una vez que Emerik tomó a su hermanita recién nacida entre sus brazos, Dennis se acercó a ver a su madre, la cual se encontraba acostada en una cama alta con cobertor amarillo. Para poder llegar a ella, su padre lo alzó y sentó junto a la mujer que lo aprisionó en sus brazos con amor
–Mi precioso bebé… –susurró en su oído, al tiempo que se acurrucaba a su lado–. Lamento que no podamos celebrarte hoy, te prometo que después te daremos un bello regalo de cumpleaños –dijo con sentimiento de culpa, mientras acaricia los cabellos del niño.
–Nawar me dio el regalo que quería, mamá, que Estela estuviera para mi cumpleaños–Dennis sonrió con alegría antes de acostarse bajo el cobertor".


Una vez que llegan al sector del arrecife que el niño desea, el hombre detiene el bote, indicándole el lugar que no debe sobrepasar nadando.
–Recuerda que fuera del límite, la profundidad aumenta y no tienes autorización hasta que seas mayor –reitera el hombre con el ceño fruncido.
–Sí, señor, no se ocupe –ríe con picardía antes de notar que su hermana se quita el vestido para quedar con la ropa interior solamente–. ¿Y qué pretendes tú?
–Voy contigo… –indica antes de ser reprochada por ambos varones–. Pero quiero ir contigo… –ruega ella, haciendo un puchero enorme.

–Voy y vuelvo, te prometo que no demoro –indica Dennis antes de sentarse al borde del bote para hundirse y bajo el agua escucha a su hermana gritar llamándolo. Algo que no tolera, por lo que, inevitablemente, sube
otra vez a la superficie para verla–. Estela…, es muy profundo para ti.
–Ya tengo cuatro.
–Y yo siete, así que haz lo que te digo –reclama con seriedad en su suave tono de voz, notando la sonrisa burlesca en el anciano marinero–. Bueno, baja –se resigna otra vez y es que la mirada triste que pone Estela parece de película y es totalmente convincente–. Tendrás que aguantar la respiración –indica, haciendo que prometa subir si siente que no aguanta más. Y, viendo cómo la niña infla sus mejillas a tamaño máximo, sonríe satisfecho antes de hundirse; sabiendo que tras él va su hermana, baja rápidamente procurando demorar lo menos posible.
El agua blanca parece dejar una manta sobre todas las cosas que se encuentran en ella, por lo que llega al fondo sin distinguir del todo lo que se cruza con él. Pero, conociendo el lugar, se detiene sujetándose de una roca antes de jalar a su pequeña hermana para que se sostenga también y no deba esforzarse tanto. Tanteando las ostras plateadas con borde negro que se acumulan en el fondo, escoge la más grande para abrirla con un cuchillo que ha sacado de su casa, y esta libera una fina perla de color dorado, la cual ambos niños observan con enormes sonrisas. Y es que Dennis sabe cuánto le gustan las cosas brillantes a Estela y le agrada verla reír. Inmediatamente coge la perla y a su hermana para subir juntos y tomar aire nuevamente, sin notar ninguno que aquella desplegó un sutil destello al ser empuñada por el chico. Llegando a la superficie, Dennis, con ayuda del hombre, sube primero a Estela en el bote y luego sube él, para en el camino entregar la perla a la niña, indicando que es un regalo de cumpleaños para ella; consiguiendo que ella tome entre sus deditos el objeto con tanta felicidad que él se siente satisfecho.
–Es un hermoso regalo, Dennis –lo felicita el hombre antes de ayudarlos a descender en el muelle.

Desde allí, ambos pequeños siguen su camino a casa solos. Con sus ropas húmedas –por habérselas colocado sobre el cuerpo mojado–, avanzan colina arriba.
El trayecto hasta la casa es de unos quince minutos. Las veredas son de una piedra lisa color negro y las calles son de tierra; afuera de cada vivienda, un hermoso jardín con árboles pequeños adorna el panorama. Estela,
como toda niña pequeña, a medio camino comienza a quejarse de que le duelen los pies y se sienta en el suelo cada cinco pasos dados. Al ver esto, con un suspiro, Dennis se detiene a criticarla:
–¿Cómo tan floja? –insiste, jalando el bracito de la chica para que avance aunque sea a rastras.
–¡Tengo sed y me molestan los zapatos! –reclama ella con un enorme puchero sin querer ponerse de pie, pero como el joven es algo impaciente termina por agacharse frente a ella invitándola a montar en su espalda.
–Por eso es que vine solo, Estela. Siempre es lo mismo contigo –dice, al tiempo que ella sube con una gran sonrisa.
–Está muy linda la perla… Te quiero –comenta ella con tono mimado, apoyando la oreja en el hombro de su hermano mientras es cargada hasta la blanca y amplia casa que se halla entre dos grandes y frondosos árboles,
los cuales desde hace muchos años usan para marcar la división territorial con sus vecinos

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