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Mision en el planeta Yugot (cap1.2)

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Capítulo 1.- Segunda parte

La pluma de Daniel

Con lo tímido que es, Daniel no hace más que divertirse con su imaginación y los juegos que están menos abarrotados de niños, pero las cosas cambian cuando se ve rodeado de algún infante que conoce desde hace más tiempo. Es por ello que, tras terminar el receso de Gustav, madre e hijo visitan la casa de una antigua amiga de la familia, quien al igual que Darma tiene un hijo chico. Es así como el panorama del día finaliza y, caída la tarde, Daniel debe abrigarse para regresar a su hogar.
El sol frío se empieza a posicionar en el cielo cuando atraviesan el puente Manve, y Daniel no puede evitar sentir una presencia familiar al cruzarse junto a un hombre muy bien peinado, el cual voltea a mirarlo una vez que ya van algunos pasos adelante.
–¿Quién es él, mamá? –pregunta con timidez, notando que el adulto detiene sus pasos para luego seguirlos.
–Seguro un afuerino, no lo mires –indica la mujer, cogiendo con aprensión al niño y apresurando el paso.
–Señora, disculpe, necesito hablarle... –escucha Daniel la voz del hombre una vez que está más cerca de ellos–. ¡Señora, por favor espere! –insiste el adulto al notar que Darma no se detiene, a pesar de que el niño ha volteado reiteradas veces a mirarlo.
A Daniel le queda claro que su madre no desea que el hombre les hable y que, como es muy educada, detiene de todas formas sus pasos cuando el hombre ya casi pisa sus talones. Ya es obvio que les habla a ellos.
–Mi nombre es Salvattore Lambert, soy miembro de la Guardia Real, ¿me concedería unos minutos de su tiempo?
–¡Oh! Así que un guardia real… –comenta la mujer respondiendo el saludo de mano del hombre, antes de indicar a Daniel que salude también. Y aunque el pequeño obedece, también se esconde tras su madre de forma disimulada, dejando a la vista tan solo algunos rizados cabellos–. Es un honor, señor. Pero, aunque me encantaría, debemos volver a casa pronto. Quizás otra persona pueda ayudarlo... –sonríe ella, tomando la mano del niño para comenzar una sutil retirada.
–Tal vez podríamos dialogar mientras camina a su casa... –propone con cortesía el guardia, argumentando que es un tema importante.
–Entiendo, acompáñeme entonces –acepta la mujer, notando Daniel que su madre más parece resignada que otra cosa.
–Realmente necesito hablar sobre su hijo Daniel –comienza Salvattore.
Con un caminar recto y observando de soslayo al niño no evita sonreír al verlo tomar firmemente la mano de su madre, mientras intenta sin resultado esconderse–. Él tiene siete años, ¿verdad? –pregunta solamente por confirmar.
–Sí, los ha cumplido hace unas cuantas semanas –ella observa al frente de forma pensativa–. ¿Qué necesita de él?
Comprendiendo que hay un poco de tensión en la mujer, Salvattore decide ir al punto y dice:
–Tengo la impresión de que su hijo ha encontrado esta pluma hoy, ¿no es así? –confirma, acercando el objeto al niño, quien dando un paso atrás toma algo de distancia observando con fijación las facciones suaves del hombre, al igual que su rostro ovalado en el que resalta su nariz respingada y negra mirada.
–¿De qué habla? –pregunta la mujer, habiendo detenido sus pasos y viendo que su hijo se esconde tras su falda.
–Bien, usted debe saber que quien encuentra una pluma especial a sus siete años, se vuelve aprendiz del Guardia Real Aire –empieza el joven adulto, dando a entender a la mujer cual es el punto a llegar– y tengo la certeza de que él ha encontrado esta pluma. ¿O me equivoco, Daniel? –sonríe al chico, quien sin negar o afirmar lo mira en silencio.
–¿Cómo puede aseverar algo así? Podría haber sido cualquier otro niño, ¿no? –consulta ella con titubeante voz y tambaleante sonrisa.
–Posee parte del espíritu de Ehcatl en su interior, señora, desde el momento en que tocó la pluma. Daniel, puedes reconocerla ¿no es así? –pregunta, mas el pequeño voltea a mirar a su madre, casi pidiendo autorización para hablar–. Será tuya de ahora en adelante –agrega.
–Es del ave, se enojará si no se la devuelve… –musita en un tono lo suficientemente alto para ser entendido, provocando una sonrisa amigable en Salvattore que entiende ahora la causa de que el chico no la haya conservado consigo; y colocándose a su altura intenta indagar sobre la razón de que haya llegado a tan curiosa, para él, conclusión. Sin embargo, solo consigue descolocarse por la respuesta que le parece aún más interesante que la anterior.
–Es un regalo de su novio –dice Daniel casi en un susurro, sin querer coger el objeto que le ofrecen, provocando diversión y ternura, tanto en su madre como en el hombre.
El resto del camino a casa lo hacen subiendo la colina en silencio; después de todo, recién comienza a atardecer y Salvattore no tiene apuro en que el chico tenga la pluma consigo. Durante el trayecto el guardián puede notar que al parecer el joven Daniel es muy tímido, muy introvertido o quizás sea la unión de ambas cosas; pero la conclusión importante es que aquello implica que costará hacer que le tenga confianza, y posiblemente que se relacione de forma rápida con sus futuros compañeros… Tendría que hacer un trabajo de personalidad con el chico durante un tiempo.
Una vez que llegan casi a la cima del cerro, ella abre la reja de madera para cruzar el amplio jardín. En ese instante, Salvattore descubre que el hogar de Daniel queda a pocos metros del nido donde encontró la pluma.
Y una vez dentro de la humilde casa de madera, el chico pide permiso para estar en su cuarto, y Darma amablemente prepara té para el guardián y ella, dejando una taza sin servir y comentando que más tarde llegará su marido del trabajo. Los sillones de madera y la chimenea dejan ver al joven que aquella es una familia que gusta de lo rústico, pero a pesar de tener pocos muebles y adornos, todos se notan de buena calidad y bien cuidados. No hay objetos fuera de su lugar, casi como si no vivieran niños en aquella casa. Por las fotos en los recuadros, que se lucen en la pared de la chimenea, también pudo deducir que Daniel es el único hijo de la pareja, algo que la mujer no tarda en recalcarle al empezar la conversación y, por instinto, pudo adivinar la pregunta que Darma no tarda en pronunciar.
–¿Está seguro de que Daniel es su aprendiz? Es solo un niño… –dijo, provocando en Salvattore un suave suspiro y una sonrisa comprensiva.
–Al igual que yo lo fui, y mi maestro y todas las generaciones de guardianes –sonríe y añade de inmediato–: Es la mejor edad para comenzar a entrenarlos, ya después será algo natural para él –dice con un tono de madurez.
–Pero debe ir al instituto y regresar a casa para dormir. El palacio se encuentra lejos y en el pueblo no hay dónde puedan entrenar –añade tan rápidamente, que el hombre deduce que aquel tipo de análisis debe ser algo familiar.

En su cuarto, Daniel ya ha cogido un libro de cuentos clásicos infantiles, donde, sentado en su pequeño escritorio, busca la conocida historia de los elementales; allí ve un dibujo de la pluma plateada. “Aquí está”, piensa. Sabía que aquella pluma le era conocida, pero no recordaba dónde la había visto hasta que el hombre mencionó al Elemental Aire. Leyendo la historia pudo hacerse una idea de lo que el Guardia Real busca al ir a su casa, pero no entiende del todo lo que sucede. ¿Significa que él fue el primero en tocar aquella pluma plateada? ¿Significa que la pluma estaba allí para ser encontrada por él? ¿Entonces, sería él un futuro Guardia Real? Tantas preguntas deben tener una respuesta, se dice caminando hasta la puerta para mirar disimuladamente por ella y escuchar al joven hablar con su madre sobre el hecho de tener que mudarse; algo que a la mujer no le parece, pues su marido trabaja en el pueblo y no podría irse con ellos.
“¿Nos separarán de papá?”, piensa alarmado, reaccionando con terror ante todo lo que significa cambiarse de un pueblo a otro: ir a un nuevo instituto, vivir en una casa nueva, conocer gente nueva y tener profesores nuevos: una amalgama de cosas que no le agradarán. Cerrando la puerta, coloca el seguro otra vez. “No quiero tener que irme”, se dice, y acercándose a la ventana la cierra también. Tomando libros de historia, busca alguna solución para su problema, una solución que no encuentra. Cuando escucha que golpean, se esconde en el ropero, sin querer abrir, provocando que Darma deba disculparse con Salvattore y pedirle que vuelva otro día.
–Suele hacer esto cuando no le agradan las visitas o les tiene miedo –explica la mujer un poco avergonzada.

Dentro de su escondite, Daniel puede oír la voz de Salvattore intentando hacerle ver que no debe temerle, pero solo se acomoda mejor en aquel lugar con miedo de que rompan la puerta con tal de sacarlo de allí, algo que claramente no sucede. Luego de unos minutos, escucha la amable voz del hombre despidiéndose a través de la puerta, momento en que lentamente sale del armario y se acerca a la ventana para observar por ella cómo el joven guardián cruza el jardín antes de voltear y cruzar su mirada con él. Con el corazón acelerado y las pupilas dilatadas se agacha y esconde, justo para oír a su madre indicarle que tendrá una merienda lista para cuando desee salir del cuarto.

SIETE ESTACIONES DESPUÉS...

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