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Mision en el planeta Yugot (cap1.1)

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Capítulo 1.- Primera parte

La pluma de Daniel

Hace miles y miles de años, una diosa llamada Nawar creó un planeta al que bautizó con el nombre de Laureloth, el cual depende de ella para existir. Su amor por él fue tan grande, que lo llenó de flora, fauna y minerales
con propiedades curativas, y luego lo habitó con diferentes razas de seres vivos de los que se convirtió en la primera Reina. Sin embargo, la existencia de estas hierbas, flores y sales curativas resultaron ser muy efectivas,
y su poder se dio a conocer por muchos planetas, incluso en otros mundos, provocando así, que fuera codiciado por otros Reinos y legiones de seres malignos, los que comenzaron a atacar a este pacífico lugar con tal
de hacerlo suyo.
A raíz de esto, la diosa pidió a tres elementos que la asesorasen y protegiesen para conservar la vida de su amada tierra; respondieron a su llamado el señor Sol, el señor Aire y la señora Noche, quienes se convirtieron en
su protección más cercana y poderosa y en la primera Guardia Real. Antes de marcharse, Nawar y los tres Elementales escogieron a sus descendientes, brindándoles parte de sus habilidades. Nawar, ignorando distancias
de tiempo y espacio, dejó parte de su espíritu en quienes tomarían su lugar en el futuro; no así los elementales, quienes se limitaron a escoger solo nativos del planeta, los cuales obtienen su poder a través de un talismán
que les ayuda a proteger en todo momento a la que será su reina y, por lo mismo, la fuente de vida del planeta.
*******

Con el sol naranja en lo alto del cielo, Daniel Flak se despide de su madre con una gran sonrisa en sus labios y el bolso de escuela al hombro. Con los lentes ahumados puestos y una gorra con visera sobre su rizado
cabello café, se acerca a la cima de la colina donde vive; y es que al día siguiente tiene que entregar un trabajo escolar sobre la fauna de su pueblo, Anefiel, y solamente le hace falta la fotografía de un ave. Sabiendo dónde
hay un nido nuevo, se acerca al árbol más viejo que conoce para treparlo con sumo cuidado y no asustar al pajarillo.
Como está consciente de que su madre lo observa desde la ventana de su hogar, sigue todas las indicaciones de ella antes de trepar: mirar dónde va a pisar, ver que no haya insectos venenosos en el tronco y, más importante
aún, tener las agujetas de sus zapatos bien atadas para no tropezar. Debe hacerlo bien si quiere demostrar a la mujer que es capaz de realizar sus tareas solo.
No pasan muchos minutos antes de que Daniel se encuentre absorto viendo el blanco pájaro de pecho verde; este, típico de la zona, posee un pico alargado y fino, con el cual busca alimento dentro de los troncos de árboles o insectos que se ocultan entre las rocas marinas; sus ojos son como dos perlas de mar negras y su cola parece un plumero de plumas cortas. Recordando su tarea, Daniel fotografía a la avezuela justo antes de que
se eleve en el viento, y un pequeño destello llama su atención al momento del flash. Tras irse el ave, Daniel busca en el nido aquel elemento que se reflejó, pero nada brillante hay allí: entre las plumas blancas, lo único extraño que encuentra es una larga y plateada pluma. Con curiosidad la toma suavemente, y esta emite un extraño resplandor que dura tan solo unos pocos segundos, provocando en él una inexplicable alegría. Presiente que aquello es algo bueno y único, solamente para él.
Con una sensación de adrenalina en su delgado cuerpo, Daniel corre hasta su casa donde lo recibe su madre con el almuerzo servido y preguntando qué tal le ha ido con su tarea. Con gran entusiasmo él cuenta cómo el pajarillo acomodaba las ramas de su nido antes de salir por comida, y cómo, tras emprender el vuelo, él encontró una pluma diferente a todas las demás. Sorprendida, la mujer observa a su hijo para admirar con una sonrisa la pluma que el niño le muestra, pero su sonrisa se borra al notar el plateado y largo talle de ella.
–¿De dónde la has sacado? –interroga más con miedo que con curiosidad.
–Del nido; se lo he contado ya, mamá.
–Ve a dejarla, devuélvela a esa ave, no sea que se enoje.
–Pero… no creo que sea de ella, el ave no tiene plumas de este color…
–dice con la confusión en su lila mirada, sin comprender por qué su madre parece angustiada.
–No seas desobediente, Daniel. Corre, corre ahora a devolver esa pluma
a su nido. Apúrate que se enfriará tu comida… –insiste, empujando al niño con sutileza, quien sin comprender hace lo mandado inmediatamente.
Por alguna razón, a Daniel aquella pluma le parece conocida, como si la hubiera visto en un cuento o tal vez en un libro, no obstante, su madre ha de saber mejor que él y le preguntará luego de la comida.
Una vez que regresa del árbol, después de haber devuelto la prenda, Daniel se sirve su comida sin mencionar la blanca pluma; hubiera inquirido inmediatamente, pero la mujer a pesar de sonreír y comentar temas
triviales le da la impresión de estar nerviosa.
–¿Qué habrá de postre? –pregunta una vez que ha terminado su plato de maíz y huevos revueltos con carne.
–¿Qué te parece si compramos un vaso de crema de frutas en el centro?
–propone la mujer con un semblante brillante–. Luego podemos pasar a saludar a tu padre en su trabajo.
–¡Sí! –exclama el chico con emoción, no podía pensar en un mejor panorama para ese día.
Su padre, siendo un hombre trabajador, está poco tiempo en casa, por lo mismo a Daniel le gusta de vez en cuando pasar a verlo en el trabajo, el cual para él resulta muy interesante.
Las horas comienzan a irse tan veloces como el vuelo de los vientos en un día frío. Horas que son muy entretenidas para Daniel.
Tras bajar la colina y llegar al centro del pueblo, Darma compra el prometido postre, y se lo sirven disfrutando del paisaje de la plaza Nafar. Esta, se encuentra llena de juegos para los infantes del pueblo, y su orilla es bordeada por grandes árboles floridos. Pasados algunos minutos se ponen en pie con ánimo, y terminan de cruzar el bello parque para encontrarse con Gustav, el padre de familia, un hombre de espalda ancha y mirada imponente.
El saludo entre ellos es el de siempre, pero Gustav nota de inmediato aquel ánimo nervioso en su mujer. Por ello, tras escuchar con plena atención cómo su hijo muestra la fotografía que ha tomado para su trabajo, lo
motiva a disfrutar de las atracciones que hay en la plaza; de esa manera puede conversar con la mujer sin preocupaciones.
–Aún me quedan veinte minutos más. ¿Por qué no me dices que te preocupa?– incita, posando su mano sobre el pequeño hombro de la mujer.

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