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Mision en el planeta Yugot (cap 3.2)

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Capítulo tres.- Segunda parte

Ser aprendiz

    Al final de la jornada decide ir por Daniel, sin embargo, luego de un buen rato desiste y va hasta la salida reconociendo que si no sabe dónde queda la sala del jovencito, jamás podría encontrarlo. Cuando llega al portón, ve a su madre, a quien su bella sonrisa e interés por saber de su primer día, se le esfuman más rápido de lo que desaparecen los dulces de una piñata rota al ver el uniforme del chico teñido de amarillo. Notando su rictus molesto y sorprendido, Dennis saca de inmediato la nota de la profesora, o esa es su intención, pues tiene que dar vuelta la mochila para encontrar el bendito papel blanco doblado en cuatro.
–Yo no fui, aquí dice. ¿Ves? ¿Ves? –se apresura, entregando el papel.
–¿Y por qué no llevabas la cotona, si para eso es? –pregunta, con las cejas torcidas tras leer la nota.
–Yo había terminado, estaba guardando, en serio... –asegura, y poco convencida la mujer guarda silencio antes de tomarle la mano para caminar fuera del recinto.
–Te has demorado tanto que Daniel y su madre ya se han ido –comenta, resignada.
–¿En serio? Yo intenté buscar a Daniel, pero no encontré nunca su sala…– reconoce antes de preguntar el paradero de su hermana, quien se encuentra aún en el jardín infantil, seguramente esperando ansiosa que vayan por ella.
Así como es su primer día de clases, también es el primer día de entrenamiento oficial; y luego de almorzar y vestirse para la ocasión los tres
se encaminan al gran palacete; London le había pedido a Dennis que en vacaciones intentara todos los días meditar cinco o diez minutos, con la esperanza de que para la fecha en cuestión se hubiera acostumbrado a estar tranquilo y en silencio un buen rato. Sin embargo, lo más que duró fue tres minutos, ya que luego se quedó dormido y no despertó hasta después de dos horas. Cruzando la gran reja verdemar, madre e hijos comienzan a atravesar los amplios jardines del palacio, y siguen el camino de piedra blanca dedicado a peatones, disfrutando de la belleza del paisaje. En este se aprecian unos pocos árboles marrones y cafés cerca de la edificación; otros pardos y amarillos en los alrededores del jardín y, bajo estos últimos hay bellos asientos para descansar.
    Adornando el borde del camino y separando este del sendero en que cruzan los carruajes, se encuentran los arbustos más frondosos que ha visto Dennis en su vida, de un hermoso color café claro, con sus tallos rojos resaltando a la vista. Por su parte, Estela no deja de maravillarse con el hermoso jardín y su festín de colores en las flores, parecen solo faltar flores negras; Seguro, por el matiz depresivo que daría ese tono a la decoración. Saludan al mayordomo que les aguarda en la entrada del “Astro” y esperan a London en el recibidor; la mujer sentada en uno de los grandes sillones y Dennis con Estela deleitándose con las figurillas ubicadas en un mueble del salón, para correr a tomar lugar en uno de los asientos apenas ven al hombre de ojos caídos entrar en el cuarto, no sea que los regañe.
–Buenos días –saluda el hombre a Michelle, sonriendo a los pequeños que lo miran como inocentes palomas–. Espero estén acostumbrándose a la ciudad.
–Todos son muy amables por aquí, gracias.
–Me alegra. ¿Cómo estuvo tu primer día de clases? –consulta el mentor a Dennis, esbozando una gran sonrisa, pero el chico solo da un suspiro de resignación y alza los hombros como respuesta.
–Te acostumbrarás, tranquilo... o más bien se acostumbrarán a ti... – Musita lo último, imaginándose la situación en el nuevo curso del niño una vez que conocieron su “sereno” carácter.
–No lo creo, hay un chiquillo odioso que no me deja en paz –se queja él y, dando a conocer su deseo de inmediato, agrega–: Prefiero volver a Anafiel.
–Sí, sí, pero eso es imposible –se adelanta Michelle, pues no quiere escuchar nuevamente la perorata del infante–. ¿A qué hora debo volver por él?
–A las cinco termina la sesión. Conque esté a esa hora, todo bien –responde London, antes de mirar a Dennis y preguntarle si está listo para la clase.
–¿Usaremos la espada? –consulta con un matiz emocionado, que se diluye al oír la negativa de su mentor–. Entonces no.... –alega dejándose caer nuevamente en el asiento, cual manteca derretida.
    Con una risa contenida, su madre se levanta del asiento y le brinda un suave beso en su frente, indicándole a Estela que se despida también. Haciendo otro tanto con London Roux, informa que volverá dentro de una hora.
–No trates mal a tu mentor, Den –agrega saliendo del cuarto al tiempo que su hijo finge no existir, manteniendo los ojos cerrados.
    Conteniendo la risa, London le indica que deben empezar y no se sorprende al ver al niño mantener su postura.
–Mientras más pronto aprendas las otras cosas básicas, más pronto veremos el uso de la espada –le anima–. Vamos, muévete –insiste, dándole una suave palmada en su rodilla–, si no pasas el río, no llegas a la espada, así de simple. Y sé que no estás enfermo –añade, acercándose a la puerta tras oírle toser y estornudar.
–Pero es tan aburrido... –se queja, poniéndose en pie al notar que sus métodos fallaron y, arrastrando las zapatillas mientras camina, continúa–: Hoy será un mal día…
–¿Sabes para qué sirve también la meditación? Justamente para cultivar una virtud que te será muy necesaria: la paciencia.
–¡Pero si lo que necesito es saber degollar y destripar horribles demonios!– exclama sin entender qué relación puede tener aquello con la paciencia.
–Dennis, tu aprendizaje va mucho más allá que solo matar demonios. El ser guardián es más que eso; ahora no lo entiendes, pero después lo harás– dice el adulto con serenidad, fijando su vista en el paisaje del bosque que limita con los terrenos del palacio.
–Todos los libros dicen que los guardianes matan demonios a diestra y siniestra con sus armas –explica, siguiendo los pasos del hombre y, haciendo gestos y movimientos acordes a sus palabras, añade–: Salvando siempre a la Reina de sus malvadas garras. –Estas palabras las dice con una mirada tan brillante y maléfica, que le da aspecto de estar interpretando más al enemigo que a los héroes.
–Sí, eso sale en los libros y es lo que todos ven –ríe London, al mirar el semblante histriónico de su pupilo–, pero no significa que sea todo lo que hace o vive un guardián. Para darte un ejemplo: para desarrollar tus habilidades, necesitarás mucha paciencia y perseverancia... Y este “aburrido” entrenamiento que haremos, te va a servir a futuro en los demás aspectos. No olvides que si quieres el tersel más apetitoso del árbol, debes trepar hasta lo más alto, lo que no es fácil –dice, indicando los terrenos del bosque que pisan.
–En realidad sí. –Dennis observa los bellos árboles rojizos a su alrededor y, esbozando una gran sonrisa, corre al más cercano para treparlo cual primate ante la fija e incrédula mirada de su mentor.
    Con traviesa sonrisa y mucha paciencia, London ve a su alumno llegar fugaz a la primera rama y saltar a la que sigue para ascender por el púrpura tronco, deduciendo así, que las metáforas no servirán demasiado con él. Notando la pericia del chiquillo, el hombre se relaja un poco y, analizando su destreza, piensa: “parece que hubiera nacido para ser Guardián Noche”.
–¡¿Ve que no es difícil?! –escucha el hombre la suave y fina voz de su discípulo que llega a las últimas ramas del árbol, las que comienzan a inclinarse inevitablemente cuando este intenta coger la fruta ubicada en lo más alto del árbol, y más se tercia cuando lo logra.
    Notando que podría caerse, Dennis se aventura para bajar rápido y se suelta, cogiendo la primera rama firme que puede. Gritando como condenado con la fruta en su bolsillo, siente que se rasmilla el rostro, brazos, piernas y demases.
–¡Den! –exclama. Esta acción sí que lo asusta, especialmente porque fue intencional–: ¿Qué te crees? ¿Un yecuve? –increpa sin contener una sonrisa, que ya ni él mismo sabe si es genuina o solo de nervios.
    A ti, lector, te contaré que el yecuve es un animal bípedo de medio metro con patas traseras largas y musculosas que le permiten dar saltos largos y altos. Sus patas delanteras son prensiles y sus uñas retráctiles poseen veneno que no alcanza para matar a una persona. Sus orejas pequeñas contrastan con los grandes ojos azules que posee, los que le ayudan a ver en la oscuridad; así como su cola larga y delgada se expande a voluntad en su punta cual abanico, dándole un aspecto fiero cuando es necesario.

–Jajajaja, ¡¡estoy bien!! –exclama el chico antes de soltar un brazo y espantarse cuando casi se le cae la fruta del bolsillo, la cual afirma antes de avanzar por la rama, con las manos, hasta el tronco, donde decide hacer una pausa antes de bajar–. ¿Don London, está molesto? –pregunta con una sonrisa en sus labios.
–Baja y te respondo –dice este, adoptando una actitud seria, e indicando con el índice el sitio donde el niño debe estar, o sea, frente a él.
–Es que si me va a gritar, mejor me quedo aquí...
–Si no quieres que te grite, baja.
–Perfecto –celebra con maliciosa sonrisa el chico, antes de darse un pequeño impulso y saltar con su mirada fija en el hombre, como todo niño, sobresaltando al adulto que lo tiene a su cargo al confiar en que este nunca lo dejará caer.
    Si no les ha pasado, esperen a tener un chico de entre dos a seis años bajo su custodia.
Gracias a los reflejos y fuertes brazos del adulto, Dennis pisa suelo firme ileso y claramente recriminado por su temeridad.
–Cuando te toque pelear contra demonios, tendrás múltiples oportunidades de dislocarte o romperte alguna parte; no necesitas buscarlas
antes –finaliza el mentor, tomándolo del brazo para conducirlo al sitio del entrenamiento.
–No quiero romperme nada. Yo sé trepar, tuve que aprender para conseguir la flor más linda para mi hermana en su tercer cumpleaños –dice
con orgullo en su voz y pasos.
–¿En serio? ¿Y no te pasó nada esa vez? –pregunta con sana curiosidad, para enterarse de que a diferencia de ahora, en la primera ocasión lo hizo solo, desprendiéndose rápidamente y consiguiendo unos buenos raspones en codos y rodillas. Aunque finalmente aprendió cómo subir sin caer, y que luego le prohibieron hacerlo a solas porque se golpeó muy fuerte en la cabeza con una rama (claro, se precipitó desde muy alto y chocó mientras bajaba)–. ¿Quieres mucho a tu hermana, verdad?
–Claro que sí, es mi hermanita. ¿Usted no quiere a sus hermanos?
–No tengo hermanos, pero si los tuviera claro que los querría..., solo digo que tú y Estela parecen muy unidos, en especial...
–¿En especial…? ¿Habla de esas cosas especiales que hacen papá y mamá? –pregunta el chico, alzando una ceja antes de hacer una mueca de asco–. Estoy muy chico para casarme –sonríe antes de correr hasta el río y transformarse.
    Imitando al niño, London se transforma y entra al agua, sonriendo y explicando que no habla de matrimonio sino de hermandad.
–Algunos no son tan unidos ni preocupados por el otro... y te apoyo con que no estás apto para casarte aún –determina, tomando la posición de loto en el agua, e indicándole al niño que lo haga también y deje de usar
el escudo como una tabla de surf.
–¿Por qué tiene que ser en el agua? –interroga y abandona el escudo obedientemente, claro que por ello el mentor tiene que rescatarlo de la corriente que se lo llevaba al ser “abandonado en la misma agua”.
–Te ayudará a resistir tu propio elemento –responde brindándole una mirada reprobatoria, mientras deja el escudo en tierra–, manejarás hielo, debes aprender a tolerar el frío a un nivel superior al de cualquier persona normal.
–Pero esto es agua…
–Sí, y el hielo es agua congelada. Mucho más helada. Si no puedes soportar este frío, no serás capaz de manejar el hielo después ni congelar demonios. ¿Ves lo importante de esto ahora?
–¿No es más efectivo que nos pongamos dentro del congelador? –insiste, abriendo un ojo para mirar al hombre a su lado.
–Sí, efectivo para hacerte cubitos..., para hacer las cosas bien hay que tomarse el tiempo adecuado.
–Pero yo siempre he sabido estar en el agua, en Anafiel tenemos un gran arrecife, muy lindo y… –se silencia por orden del mentor, comprendiendo que ya ha hablado mucho y que si no obedece sería regañado de nuevo.
    El entrenamiento no es muy diferente del anterior. Tras los minutos en el río –en que cinco son silenciosos, y los cinco restantes un desastre total–, London le enseña ejercicios de calentamiento y algunos movimientos de defensa; lo único que Dennis disfruta de verdad, y finalmente practican lanzar aros de plástico a un blanco en la pared, donde estos deben quedar colgando… Claramente aquello solo pasa con los de London y algunos de Dennis al azar… –muy pocos–. Mientras lanza aquellos aros, Dennis se distrae observando cómo Daniel parece bailar junto a su maestro, con unos pasos extraños y amplios, casi como saltitos peligrosos que amenazan con golpear al que ose acercársele; en este caso, a su mentor.
–¿Qué hacen?
–Entrenan, esa es la disciplina que debe aprender el Guardián Aire –explica a su pupilo que observa con interés al dueto.
    Dennis fija su mirada en los atuendos de los guerreros, aunque estos poseen armas y tatuajes, como él, la vestimenta no es igual a la suya; ambos llevan una capa que les ayuda a planear estando en el aire o sobre una ventisca; los pantalones que lleva puestos llegan bajo la rodilla y sus pies están descalzos, dándole la flexibilidad necesaria para hacer las piruetas que ahora aprende. La mitad de su rostro está cubierto por tatuajes blancos que evocan la flexibilidad y libertad del aire, lo mismo que su torso, mas los tatuajes desaparecen una vez que el chico pierde su transformación, de la misma manera en que desaparece el pequeño escudo alargado que lleva en su mano y sus armas, correspondientes a un abanico metálico color plata y una espada pequeña.
    Alcanzando a su amigo luego de la indicación de su mentor, Dennis se dirige también a las duchas, donde no pierde oportunidad de consultar a Daniel sobre las cosas que ha aprendido en el año y tanto que le lleva de ventaja.
–Bueno…. don London me ha enseñado a mezclarme con el bosque y andar sin hacer ruido…, a trepar… y esas cosas –comenta el pequeño, ya en el interior de los vestidores que al ser solo para seis personas no son de gran tamaño, solamente tienen cuatro duchas, dos amplias bancas y seis casilleros.
–¿Te entrena mi mentor? –pregunta Dennis de inmediato, dando un vistazo a la habitación contigua, una que no se encuentra del todo apartada de los camerinos; en ella hay cuatro cubículos para los baños, y frente a los mismos una hilera con lavamanos.
–Sí, los tres. A ti también te entrenarán los tres, ¿no sabías?
–No, recuerda que es mi primer día como aprendiz, bueno… el segundo,
pero el anterior no cuenta.
–No, pero seguro en Mahvor te entrenará don Salvattore o don Vladimir.
–Genial, eso no lo sabía –celebra Dennis, mientras se quita la ropa para entrar a las duchas y presiona el botón en la pared que activa el agua caliente, recibiendo así una deliciosa lluvia de agua tibia que se acompaña con una entretenida charla sobre cómo serán los entrenamientos venideros y cuánto puede dolerle el cuerpo al día siguiente.
    Para cuando llega su madre y Estela, él se encuentra envuelto en un entretenido juego con Daniel en los terrenos del jardín, donde una fuente de agua con la figura de una hermosa ave escupiendo desde su pico hace de llamativo centro. Notando divertidos a los chicos, Michelle deja que Estela se sume al juego y se sienta en una de las bancas a la espera de Darma, oportunidad en que conoce un poco mejor a Salvattore, Guardia Real Aire, quien la acompaña en aquella espera; después de todo, el joven Daniel es su responsabilidad cuando Darma no se encuentra. Sin embargo, a los pocos minutos, a los pequeños les dio sed y corrieron al palacio en busca de unos vasos con jugo, dejando a los adultos solos en el área verde.
–Estela, ¿quieres conocer ahora la sala de melodía? –pregunta Dennis, recién recordando aquella motivación anteriormente apagada, y como
respuesta obtiene una afirmativa exclamación–: Daniel nos puede llevar, ¿tú conoces la sala de melodía, verdad? –sonríe a su amigo.
–Sí, está en uno de los pisos de arriba.
    Daniel los invita a seguirlo saliendo de la cocina para subir las escaleras al tercer piso, y luego de caminar con prisa por los pasillos llegan a un cuarto celeste dividido por sus muebles en dos partes: una mitad con asientos de cómoda estructura y la otra con instrumentos de mediano tamaño y fácil traslado; una gran y sofisticada cantidad de ellos originarios del planeta, sin embargo, también algunos son regalos de otros reinos, planetas o localidades con los que Laureloth tiene buena relación. Fascinados, los verdes ojos de Dennis se fijan en los bellos cuadros de Nawar y los elementales tocando música, que se encuentran colgados en las celestes paredes.
    Al fondo del salón, se observa un lindira, instrumento rectangular de unos cien centímetros, Dennis se acerca y se sienta frente a él, maravillado de lo lujoso que es.
–No hay que dañarlos… –advierte Daniel, conociendo la naturaleza inquieta y desordenada del joven.
–No voy a dañarlo, yo sé usarlos.
–¿En serio?
–Claro, el señor Eugene me enseñó –dice levantando el pecho, mientras acaricia las suaves teclas de madera que lo forman.
–Toca “Dama del río”, Den, ¿sí? –ruega Estela, moviendo sus pestañas de forma coqueta, provocando una risilla inevitable en su hermano.
    Con sorpresa, Daniel puede comprobar que al menos una canción sabe tocar el chico y la bella voz que tiene Estela, y cómo le gusta usarla, pues no se calla ni después de que su hermano deja de tocar.
–¿Tú también sabes cantar? –pregunta con curiosidad, y da un respingo por la voz dura y seca que usa el chiquillo para negar–. No te enojes, solo preguntaba…
–Es que no me gusta esa pregunta.
    Bajándose del asiento Dennis comienza a mirar y a jugar con los demás instrumentos, seguido de Estela y Daniel.
Recibiendo la luz del atardecer que entra por el hermoso ventanal arqueado, tocan uno tras otro los instrumentos y los van dejando como
pueden en su lugar, de tal forma que inevitablemente van a descubrir que han sido utilizados, empezando por los de mayor tamaño. Como si fuera imposible no llamar la atención… Estela, con dificultad, intenta devolver a su sitio –en un estante especial– un instrumento muy similar a las flautas que conocemos, y al serle imposible, Dennis decide subirla a sus hombros para que lo logre; con espanto Daniel prevé aquel movimiento, ese instante en que Dennis se tambalea hacia atrás y suelta a Estela, que recibida por él cae con bien, pero este choca con un instrumento de cuerda que cae sobre los objetos vecinos.
¡PAFT! Uno tras otro, todos los objetos caen haciendo un concierto del desastre, incluso platillos suenan al volar y retumbar en una especie de tambores.
    Los tres pequeños, pálidos como fantasmas, con sus ojos bien abiertos, observan el desastre antes de actuar y en carrera salir de la habitación, alejándose de posibles regaños o castigos. Escondiéndose en un cuarto vacío, el trío cierra con pestillo y se mantiene entre risas nerviosas hasta que uno de los mentores llega a ellos y los obliga a salir y contar lo sucedido, pues les fue casi obvio que ellos son los culpables. Con el “regalo” de un largo sermón, tanto Dennis como Estela regresan a casa luego de despedirse de Daniel, quien personalmente ya considera una mala idea jugar con ellos.
“Estas cosas siempre te pasan a ti” –analiza el aprendiz del Aire, deduciendo que no es una buena idea mantener la comunicación con su amigo si va a repetirse aquella situación tan seguidamente como supone.
–Adivina, no podrás alejarte mucho –ríe Dennis.
–Claro que puedo.
–No-o… porque somos compañeros de batalla –canta con tono de burla, avanzando delante de las madres de ambos– y compañeros de instituto, y nuestras madres son amigas –agrega con suficiencia y con voz melódica y entre risas, consiguiendo frustrar al niño que insiste en alejarse de él de ahora en adelante.
    Así llegaron a la plaza Nalvori, donde se separan para dirigirse cada uno a sus destinos, envueltos en el templado ambiente de la Estación Floral, en donde los jardines se ven abundantes y coloridos con las bellas y diversas flores que comienzan a abrir sus botones en esta época del año. Darma no tarda en llegar a su hogar, en cambio, Michelle decide que primero tendrá que ir por un nuevo uniforme para Dennis, de ese modo podría limpiar con calma el que se ha manchado.
De todos modos será beneficioso tener uno extra por si algo similar vuelve a ocurrir –piensa como consuelo cuando debe pagar por la nueva
ropa escolar.

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