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Mision en el planeta Yugot (cap 3.1)

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Capítulo tres.- Primera parte

Ser aprendiz

    Es muy difícil para Michelle y su marido Teodoro, tomar la decisión de cuándo hacer la mudanza, ya que él no puede dejar su trabajo y que ella se encargue de los tres pequeños sola, sería mucho… Tienen que buscar una solución. Después de todo, si no se van ahora tendrán que hacerlo después. Gracias a la experiencia de Darma, saben que para el chico sería agotador viajar dos veces por semana a los entrenamientos luego de clases, cuatro horas no son un corto trayecto… Pero, lo peor es que Estela no desea mudarse, Dennis no piensa mudarse, Emerik no quiere mudarse y Teodoro no puede hacerlo. Michelle tiene la libertad de que tras el segundo embarazo dejó su trabajo como actriz y la compañía teatral de la que era parte para ser madre tiempo completo, por lo que en ese ámbito está libre de ir donde le plazca. Arrendar un lugar no es problema, pues el palacio posee tres apartamentos de los que dispone para las familias de los aprendices; claramente no son los primeros que han debido mudarse para ser entrenados, y como arriesgarán su vida, serán acosados por la prensa y tendrán poco tiempo para ellos mismos… Lo mínimo que puede hacer el palacio es pagar el apartamento y los gastos básicos extras que tendrán las familias pertinentes por este destino de su hijo. En cambio, Darma y su marido son un caso distinto; durante el primer año, la mujer tuvo ocasión de repartir el currículum de su esposo en Ciudad Capital y a la fecha él ya ha conseguido un trabajo nuevo, por lo tanto, se mudará la familia completa, y venderán la propiedad que tienen en Anafiel.
    Finalmente, Michelle y Teodoro quedaron en verse los fines de semana; ella se irá con Estela y Dennis a uno de los apartamentos que destinan para los aprendices y él con Emerik se quedarán en Anafiel. Planean mantener este acuerdo por uno o dos años, mientras reúnen dinero para comprar terreno en Ciudad Capital. Claro que esta decisión no gusta para nada a los hijos de la familia. Emerik se resignó más fácilmente tras unos días, pero Dennis hizo guerra incluso antes de salir de “su” casa, y Estela, Estela simplemente se convenció al saber que le comprarían una muñeca nueva, la cual exigió y ahora lleva feliz en sus brazos a todas partes.

    Aunque las ropas y juguetes, tanto como algunas pertenencias personales ya están instaladas en el departamento, desde varios días antes del día neutro, no se mudan hasta la noche de este; pues el día 2 de la Estación Floral, Dennis inicia sus clases en su nuevo instituto. Las instituciones educativas en Laureloth son todas parte del sistema público y solo hay una por pueblo o ciudad, lo cual resulta ser un consuelo para Darma y Michelle, pues sus hijos estarían en el mismo recinto y podrían apoyarse en cierto modo. Despidiéndose de sus madres, ambos niños se adentran en el patio del instituto con las mochilas al hombro, vistiendo el atuendo escolar: zapatos negros, pantalones cuadrillé verdes con gris, camisas blancas en cuyo cuello se amarran sus corbatines verdes y finaliza con un elegante chaleco que combina con los pantalones. Vestimenta usada para las dos estaciones más calurosas del año. Cruzando al extenso recinto los jóvenes observan los paneles de la entrada de la edificación, donde un maestro se ha ubicado para guiar a los más pequeños en la búsqueda de sus salas; los paneles atestados de listas con nombres, indican, en su parte superior, los cursos y la sala a la que debe dirigirse cada alumno. Con ayuda de Daniel, que ya inicia la Tercera Estación escolar del ciclo de transición, Dennis logra encontrar su nombre en ellas, y despidiéndose del chico, avanza a paso lento por el pasillo hasta encontrar el número de su sala. El aula con que se encuentra se halla llena de muchos niños, tan inquietos y animosos como él mismo lo es en ocasiones, pero no en esta… No ahora que es el “nuevo” del curso.
    De forma inmediata, como si tuviera un imán, un grupo de chicas se acerca a él con sonrisas y palabras amistosas; saludando de la misma manera, él ingresa al salón con más confianza dando solo su nombre, como le ha recomendado su madre y, tomando asiento en el primer puesto vacío que encuentra, deja la mochila en la rejilla bajo la mesa.
–¿De dónde vienes? –pregunta una de las niñas y antes de responder se interrumpe al escuchar a poca distancia que un pequeño de estatura similar a la suya, comenta en voz alta a sus amigos que ha llegado una compañera nueva.
Disimuladamente mira alrededor del salón con aquella sensación de que algo no está bien y precisamente descubre ser el único centro de atención: “¿Habla de mí?”, piensa, con las mejillas coloradas notando que la niña insiste en su pregunta, mas su atención está puesta en el grupillo de chicos a la distancia que parece hablar de él. Para su suerte estos lo miran y se acercan, aún discutiendo.
–Oye, ¿cómo te llamas? –pregunta uno de ellos, enfocando sus azules ojos.
–Dennis –responde de forma seca. Quien le habla es el mismo chico que le llamó “compañera”.
–Oye, ¿verdad que eres un chico? –inquiere un jovencito, argumentando que solo los varones usan pantalones en el instituto–. Las chicas usan falda, ¿cierto? –agrega.
–Claro que soy varón –declara con una mirada fulminante y sus blancas mejillas como dos rubíes brillantes.
A su alrededor algunas niñas sueltan una risilla descontrolada y otras se muestran algo sorprendidas.
Para su suerte, la maestra entra a la sala ordenando, a todos, sentarse.
Dejándose caer de forma brusca en su puesto, Dennis evita contacto visual con los alumnos y enfoca toda su atención en ella: una mujer regordeta con labios delgados y pestañas muy largas, con cabello liso que cae largo y trenzado por su espalda hasta la cintura, donde comienza una falda recta que cubre sus piernas, pero no sus botas de gamuza. Con voz suave, saluda al curso y observa a cada uno con suma atención; aquella mirada que busca reconocer a los alumnos nuevos, le da la impresión de que la mujer tiene un scanner para revisar hasta el último vestigio de su personalidad, y con cierto recelo reacciona; ella ha detenido la vista en él. “Mamá,… no fue mi culpa”, dice mentalmente cuando nota que la profesora le sonríe con ternura.
–Bueno, niños, tenemos un alumno que ha venido desde otra ciudad. ¿Por qué no le damos la bienvenida como corresponde? –dice la mujer
pidiendo se ponga de pie, y él con su rostro sonrojado hace caso al mandato–. Quizás algunos se hayan dado cuenta, él es Dennis Grant, ¿vienes de Anafiel, verdad? –continúa ella, y Dennis asiente sin decir palabra.
–¡Lo sabía, es el nuevo aprendiz! –exclama con fuerza un chico delgado de ojos color tan ámbar como los de su hermana, con unos cabellos tan rebeldes que parece estar electrocutado.
    Todos los niños comienzan a murmurar y a hacer preguntas, levantándose de su puesto y provocando una sensación tan incómoda para Dennis que desea hacerse miniatura y correr lejos. ¿Por qué lo miran tanto? Si después de todo… solo es un aprendiz, aún no sabe manejar la espada, y el escudo hasta este instante… solo le ha servido como trineo para deslizarse con Estela cerro abajo desde la colina. Pero sus compañeros no parecen verlo de aquella manera, y le hacen un sinfín de preguntas que no es capaz de responder. Milagrosamente, la profesora y su amigable voz logran silenciar la sala y pedir que lo traten bien, como a cualquier otro compañero.
–No olviden, que aunque solo son tres los guerreros, siguen siendo como todos ustedes –con esta frase la maestra Collete consigue retomar
las riendas de la clase, y una vez que Dennis vuelve a tomar asiento comienzan las dos primeras horas educativas del año.

    Mathias Kullmann, un joven de un negro y desordenado cabello, nariz pequeña y tremenda sonrisa blanca, la cual, a sus ojos, se opaca por la bárbara cantidad de cosas que dice a una velocidad incomprensible; luego de suponerle chica, al primer recreo casi lo marea con preguntas (acompañado de un buen número de alumnos). Poco después, lo atropelló en los pasillos de regreso al aula; al siguiente recreo, le ha dado con el balón de juegos en la cabeza y en la última clase le ha manchado la mitad del uniforme escolar con un tarro de témpera amarilla.
–¡Aléjate de mí! ¡Eres un peligro con patas! –exclama cuando el chiquillo con su rostro lleno de culpa intenta quitar la pintura con un paño
húmedo, consiguiendo solo esparcirla más y más.
–Hem… lo siento, en serio, fue sin querer –repite con su voz infantil afligida, al tiempo que la maestra cruza la sala para enterarse de los hechosde amarillo tanto en su chaleco como en sus pantalones.
–¿Pero qué pasó?
La mujer coge de inmediato al chico por la mano y le quita el chaleco para ver que su camisa ya ha sido ensuciada con manchas solitarias que se han esparcido.
–Se cruzó en el camino de la pintura –sonríe Mathias, divertido, sin embargo evita los iracundos ojos de Dennis rápidamente.
–¿Me crucé? ¡Tú la tiraste!
–¡Fue sin querer!
–¡Estoy a dos mesas!
–Basta, basta, Dennis, fue un accidente. Vamos a limpiarte las manos y le escribiré una nota a tu madre para que no te regañe.
–¿Regañarme? Pero fue Mathias.
–Por eso escribiré la nota, para que sepa que fue sin querer.
–Un cuerno, fue aposta –refuta Dennis de forma taimada, en tanto una
compañera lo ayuda a guardar las cosas mientras él pelea.
–¡Que no! –se defiende de inmediato el acusado.
–¡Que sí!
–¡Que no!
–¡Que sí! –insisten ambos, pero la profesora los separa llevándose a Dennis hasta el umbral, donde indica al auxiliar de patio lo sucedido para
que vea que el chico vaya directo a los baños a limpiarse y no a otra parte.

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