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Prólogo
Era una noche tormentosa, el cielo encapotado, que se iluminaba brevemente por los rayos, sólo era capaz de distinguir en ese instante a los cuervos que volaban con un destino fijo. Ignorando la lluvia y las fuerzas de la naturaleza, siguieron avanzando, batiendo las alas desafiantemente.
El líder del grupo, en un momento dado, giró bruscamente y tomó dirección al bosque seguido del resto.
Al acercarse a tierra, como si se hubiese parado el tiempo, los cuervos cambiaron de forma para tomar el aspecto humano pero no eran humanos en realidad.
Era un grupo compuesto por brujos y hadas, en realidad, por lamias.
Las lamias se caracterizaban por carecer de cejas, en su lugar tenían una hilera de diamantes separados entre sí. Los rumores decían que les conferían una visión mucho más aguda del mundo, también poseían tatuajes que se pintaban en la frente y el color de sus ojos era de un azul casi blanco.
Se ajustaron las capuchas de sus negras capas, ocultando su aspecto y su indumentaria fuera de lo común.
Pertenecían a Cenystel, el mundo mágico, a gran distancia de la Tierra y por eso debían ocultarse de los nogic, los humanos.
Avanzaron con decisión, concentrados solamente en una casa con una ventana iluminada. Su espía había informado de que ya había llegado la hora.
Gran parte del éxito de la Reina radicaba en coger el paquete e irse.
–Huele a hadas –dijo despectivamente una de las lamias rastreadoras.
Para las lamias, estaban las hadas por una parte y por otra ellas. Ambas partes se despreciaban y estaban en guerra como las brujas con las hadas.
–Con más motivo para darnos prisa –le contestó el brujo líder–. El paquete está al venir según Cameron, no podemos perder el tiempo con vuestras peleas, tenemos asuntos más importantes entre manos.
Algunas lamias echaron una mirada asesina al brujo, la portavoz de las lamias se adelantó y le agarró el brazo.
–No azuces al perro si no quieres que te muerda, Walter –le aconsejó, ambos eran amantes en secreto, él se desembarazó.
–No necesito consejos de una lamia, Clarisse.
Encabezó la marcha, guardando las apariencias.
Los brujos se encargaron de que la lluvia no les mojara junto con las salvaguardas y pusieron rumbo a la casa. Pasaban desapercibidos ya que los nogic tendrían que saber exactamente lo que estaban viendo.
En la puerta que daba al jardín, salió Cameron, la médico que se encargaba del paquete. A pesar de la escasez de luz, pudieron comprobar que en los alrededores ya se podía apreciar los efectos secundarios de lo que habían hecho.
Las lamias se removieron incómodas ante aquel tabú, romper una de las leyes sagradas tenía consecuencias.
–Él no está en la casa, podéis pasar –les abrió la puerta–. Habéis tardado, un poco más y toda la operación se habría perdido.
–Lo sabemos –Walter cruzó la puerta y se dirigió arriba sin reparar en la decoración de la casa.
Cameron los condujo hasta la única habitación iluminada, allí en la cama tumbada y sudando, estaba una mujer a punto de dar a luz.
Ella les miró con terror sin saber cuál iba a ser su destino. No quería morir.
Uno a uno, entraron y se colocaron alrededor de la cama. Los brujos alzaron las manos y cerrando los ojos, empezaron su cántico en la lengua arcana de Cenystel, mientras, las lamias se movían espasmódicamente con sus casi chillidos y lamentos.
Magia, un conjuro combinado y poderoso para lo que estaba a punto de nacer.
–Debes sentirte orgullosa, tu aportación para la guerra va a ser de gran importancia –le dijo Walter apoyando una mano en el vientre de ella. La futura madre pegó un grito de dolor después de echarle una mirada asesina.
Walter sintió un ramalazo de magia proveniente del feto, retiró la mano asustado.
Le hizo una seña con la cabeza a Cameron para que se preparara.
–Bien, ¡empuja! –le ordenó a la mujer.
Después de unos minutos interminables con la combinación de los gritos de ella y los cánticos, Cameron sacó al bebé, llevaba en su brazo derecho la marca de la libélula.
Cameron vio la frialdad y maldad en los ojos de la recién nacida y se asustó.
–Es…una niña –anunció.
–¡Es un monstruo! Nunca debimos interferir en la naturaleza, lo que hemos hecho es una abominación, un tabú –gritó una lamia.
Walter desenfundó un cuchillo y le cortó la garganta a la lamia.
–Órdenes de la Reina, su palabra es ley –luego les miró a todos–. ¿Alguien más duda de nuestra Reina?
Nadie habló.
–Clarisse, deshazte del cadáver –ordenó mientras limpiaba la sangre del cuchillo.
Con un hechizo, el cuerpo ardió y desapareció.
Walter, con aprensión, cogió a la niña para que a través de sus ojos, la Reina la viera.
–Ya está –le anunció mediante un canal mágico, sintió su alegría, luego se la devolvió a Cameron–. Mata a la madre y vámonos ya.
Cameron asintió y llenó la jeringuilla con una sustancia oscura pero al ir a inyectársela a la madre mientras suplicaba por su vida, se oyó un ruido abajo.
–Debemos irnos –anunció Clarisse.
Todos estaban preocupados, lo que habían llevado a cabo a lo largo de nueve meses era algo imperdonable en Cenystel.
Debían huir pero sobre todo, debían escapar con aquella niña, terminaron el trabajo precipitadamente mientras recogían las cosas y emprendían el camino hacia el bosque para poder abrir un portal sin autorización. Era algo peligroso conectar los dos mundos directamente pero estaban desesperados.
Alcanzaron el bosque pero empezaron las explosiones a su alrededor, las otras hadas los estaban alcanzando y por la magnitud de sus ataques, sabían perfectamente lo que habían hecho.
Cundió el pánico y echaron a correr para salvar sus vidas.
–¡Permaneced unidos! –les gritó Walter pero fue en vano, no le hicieron caso.
Intentó protegerse de los proyectiles y los rayos y los siguió.
–La Fleur… –murmuró Clarisse más adelante, reconociendo el olor y la magia.
Walter no pudo oír más porque uno de los rayos le atravesó el pecho y murió en el acto. Clarisse gritó y corrió hacia él.
Pudo escuchar como los brujos abrían más adelante el portal.
–¡Zmluok et kon ujxjtykon!
La niña estaría a salvo pero tenían que distraerlos para que la unión se cumpliese. Debía sacrificarse.
Tiró la capa a un lado y se irguió.
–Grt ko Ltjxo qt et wrtlcon –pidió a los cielos.
La Fleur apareció junto con otros con sus alas doradas extendidas. Solo eran sílfides, lo cual era una ventaja para ella, no la quemarían viva. El pelo rubio y largo de La Fleur ondeó en el aire a pesar de que no hubiera viento, ni una ligera brisa. Sus ojos azules ardían de ira.
–Llegáis tarde, hadas –respondió despectivamente Clarisse–. La Reina ha ganado.
–Solo esta batalla pero no la guerra –La Fleur y los otros unieron toda su magia para el golpe definitivo.
Clarisse cerró los ojos, los otros habían escapado mientras La Fleur obtenía su venganza. Sonrió y luego todo fue oscuridad.
Capítulo 1
Cumpleaños mágico
Abigail Griffiths tenía una vida normal y corriente, como la de cualquier chica adolescente. Ese día cumplía diecisiete años, en septiembre empezaría su último año en el instituto y su mejor amigo desde la infancia, Christopher, se mudaba con su familia a la capital, a la gran ciudad. Eso la deprimía bastante, era su único amigo y aunque fueran a distintos institutos y ella no tuviera más amigos, él no le hacía sentir tan sola desde que su padre se volvió a casar.
Hacía horas que se había levantado, era ya verano y estaba siendo uno de los más calurosos. Se había puesto unos vaqueros finos bastante anchos y un vestido corto de mangas cortas encima. Tenía la foto enmarcada de su madre delante. Aquel día era el día en el que había muerto dándole a luz. Wanda, de pelo rubio y ojos grises, Abigail no se parecía en nada a ella ya que tenía el pelo castaño ondulado con reflejos dorados y los ojos oscuros. Su madre tenía la piel tan blanca como la leche, la suya estaba salpicada de pecas, más que la de su padre. Se parecía Abigail más a su padre, Henry y muchas veces ella se tiraba horas observando la foto de su madre, intentando apreciar algún parecido.
Henry decía que tenían la misma sonrisa.
Hacía ya varios años que su padre se había vuelto a casar con Susannah, una mujer que le procesaba un gran odio que era mutuo.
Su único consuelo era su abuela paterna, Caroline, quien siempre tenía un rato para su querida nieta.
Ese día, que ya cumplía los diecisiete años, se sentía inquieta, especial…un cúmulo de emociones y sobre todo, le picaba mucho la espalda. Se pasó la mano por milésima vez por aquellas zonas que más le picaba, esa zona estaba dura. Picotazos, los mosquitos se habían ensañado bien con su espalda.
Intentó estar lo más cómoda posible y salió fuera de su habitación para enfrentarse a la dura realidad.
–¿Cuándo te vas a poner minifalda? Con este calor deberíamos ponernos en traje de baño –le dijo su hermanastro veinteañero Daniel repasándola con la mirada.
Ella sólo hizo una mueca de asco, no le aguantaba, por suerte en septiembre Daniel se volvía a ir a la universidad y no tendría que aguantarlo. Él representaba todo lo que odiaba, el típico chico popular rubio de ojos azules acostumbrado a que le dijesen “sí” a todo.
Le dio a Daniel un empujón al pasar a lo cual él respondió con una risa.
Bajó el piso inferior solo para encontrarse con Susannah terminando el café y los croissants. Su padre seguía ausente en mente en el jardín, cuidando las flores, aunque el término exacto para definir el estado de su padre era zombie.
Había ido empezando desde que murió Wanda, su madre, no esperaba que la felicitase ni nada y de su madrastra todavía menos. Incluso deseó que Susannah se hubiese olvidado, así no se dedicaría el día mandándole tareas para amargarle el día.
Intentó Abigail salir silenciosamente al jardín, ya había cogido todo lo necesario para pasar el día fuera, por algo le gustaban los bolsos grandes pero no tuvo suerte.
–Abigail Jane Griffiths, no tan rápido, tengo que hablar contigo– le dijo fríamente Susannah.
–Tengo algo de prisa, mi padre me ha llamado para hablar con él– le señaló el exterior, aún no se había dado la vuelta y si la pillaba con su bolso, se iba a ir al traste su plan de fuga.
Susannah meditó unos segundos, que Henry tuviera unos momentos de lucidez era raro y siempre había que aprovecharlos.
–Luego entra, quiero darte tu lista de tareas para tu fiesta de cumpleaños– le ordenó, eso le pilló por sorpresa.
¿Una fiesta de cumpleaños? ¿Acaso se había muerto y estaba en una especie de broma cósmica?
–Y dile a Henry que venga también –terminó.
–De acuerdo –Abigail salió rápidamente antes de que cambiase de opinión.
Dejó el bolso en unos arbustos y se arrodilló junto a su padre quién no dijo nada, solo seguía cuidando de las flores. Su padre siempre había tenido un don innato para las plantas, incluso en su actual estado.
–Hoy iré a ver a la abuela, a Caroline, también pasaré el día con Chris, intentando pasar juntos el máximo tiempo posible antes de que se marche –no sabía porque lo intentaba–. Hoy es mi cumpleaños, quizás visite a mamá.
Henry se volvió lentamente mientras ella se levantaba para recoger la lista de tareas.
–…Abby… –empezó pero luego volvió a concentrarse en las flores.
–Sigue con las rosas, adiós –Abby suspiró y volvió dentro. Cogió la lista e hizo que escuchaba a Susannah hablar y regañarla. Ignoró a Daniel y su estúpida sonrisa, salió fuera, cogió la bolsa y se marchó.
Todo aquello le oprimía el pecho, no recordaba ningún momento de felicidad en aquella casa.
–¡Abby! –gritó Chris mientras se acercaba rápidamente su amigo en monopatín.
Aquel verano, Chris se había puesto aún más moreno de lo que estaba, siempre iba con el pelo oscuro despeinado e incluso se lo revolvía de vez en cuando con las manos.
Siempre iba desarreglado, como si un tornado hubiera pasado.
A Abby le encantaban sus ojos de un color azul cielo, era un color que destacaba mucho.
–Hola Chris –levantó la mano y la chocaron cuando pasó–. ¡Chris!
Como siempre, siguió con el monopatín y Abby tuvo que correr detrás de él.
–¡Juro que un día te mato! –le gritó ella aunque ambos estaban riéndose.
Chris hizo un giro brusco y paró. Le lanzó un paquete rectangular.
–Feliz cumpleaños Abby.
Ella intentó cogerlo pero rebotó en sus manos y acabó en el suelo.
–Espero que no fuera algo frágil –se sentaron en la acera y rompió el papel de regalo–. Un diario.
Aunque más bien parecía uno de esos libros viejos con dibujos dorados.
–Para que escribas lo mucho que me echaras de menos y lo guay que soy –le dio un empujoncito con el hombro.
Abby alzó una ceja.
–¿No es lo que os gusta a las chicas? Ese rollo de diarios secretos –se encogió de hombros, ignorante ante las costumbres de las chicas adolescentes.
Ella le dio en la cabeza con el diario, sin mucha fuerza.
–Mira que eres bruto.
–Hago lo que puedo –se frotó él la nuca, dónde le había dado.
Abby pasó la uña por la superficie del libro mientras se quedaba pensativa, en la tapa había un dibujo de una libélula. Chris había comprado ese diario pensando en la marca de nacimiento que tenía ella en la mitad del brazo izquierdo, en forma de libélula. Eso la hacía sentirse rara porque las manchas nunca tomaban formas perfectas. Chris sólo había intentado que se sintiera especial en uno de los días más tristes del año.
–Vamos, tengo que hacer la compra, Susannah me ha dado una lista para mi fiesta sorpresa –se levantó y arrastró a su amigo.
–Pues menuda fiesta sorpresa –se quejó él.
–Oh, cállate, ya sabes lo que pienso de todo eso, preferiría pasar el día contigo y con mi abuela –giró los ojos, en aquel pueblo, Rivertown, se tardaba poco en llegar a cualquier parte y casi siempre se cruzaba dos puentes como mínimo.
Se compraron unos donuts y se sentaron en un banco mientras esperaba que abrieran las tiendas.
–En septiembre te vas –le recordó Abby.
–Sí –respuesta monosílaba. Cuando no sabía que decir Chris, siempre iba a los monosílabos.
–Se me hace raro, cambiarte de instituto en el último año, de ciudad…–siguió diciendo ella.
No quería decir en voz alta lo mucho que le iba a echar de menos y lo sola que se iba a sentir.
–En realidad hace años que mis padres me querían llevar a ese instituto y de todas formas, el próximo año, todos nos vamos a ir fuera de aquí, a la universidad. Es algo inevitable.
–Lo sé, lo sé.
Se quedaron en silencio el resto del tiempo, ninguno de los dos sabía que más añadir. Ese verano, en septiembre, significaría el fin de su amistad, por mucho que lo intentaran, cada uno seguiría con su vida y al final se distanciarían.
Y el picor no hacía más que distraerla.
Abrieron las tiendas y entraron a comprar las cosas.
–¿Tan pronto por las cremas antiarrugas? –le preguntó Kate, una chica de su instituto. Sus amigas rieron.
–Al menos no hacemos cola por los tintes de pelo –se burló Chris.
Cogió a Abby y la arrastró a otro pasillo para no darles tiempo a soltar algún insulto más.
–Oye, que tú te vas y a mí me dejas el marrón –Abby a pesar de estar enfadada, se rió por el insulto de su amigo.
Él se encogió de hombros.
–Tengo que aprovechar ahora que puedo, ¿no? No me prives de ese privilegio.
Cuando terminaron de comprar las cosas para Susannah, fueron corriendo a la casa de Abby para dejar las bolsas y a ser posible, salir sin ser vistos.
Cuando lo consiguieron, pudieron respirar tranquilos.
–Que se las apañen Susannah y Daniel –se limpió las manos Abby mientras se alejaban más por si acaso.
–Qué mala hija eres, dejarlo todo en sus manos inútiles –bromeó Chris.
A diferencia de lo que la gente creía, Abby no sabía cocinar, ni coser…solo planchar y doblar la ropa. No era la perfecta ama de casa. Solo era otra chica adolescente y no le gustaba tener que ocuparse de las cosas de la casa.
–¿Yo? ¿Mala? Eso es que no te has fijado en Susannah…es una auténtica bruja.
Susannah comprobó cómo se marchaba Abigail junto a su amigo, luego comprobó que su marido en estado vegetal seguía en el jardín.
Volvió al dormitorio y estuvo unos segundos en silencio.
No había nadie, tenía vía libre.
–Bmxtbuout tnztam zmluok –dijo en un lenguaje extraño frente al espejo de su tocador.
El reflejo de ella onduló y cambió a una figura encapuchada.
–¿Por qué me has convocado? –era la voz de un hombre y hablaba en otra lengua similar a la que había empleado ella con el espejo.
–Hoy es el día, a medianoche –le explicó Susannah en la misma lengua.
–¿Estás segura?
–Lo estoy, nada puede interferir hoy, yo sólo soy una, necesito que mandes un grupo.
El encapuchado alzó una mano para que se callara.
–No olvides tu jerarquía –la reprendió por el atrevimiento–. No obstante, mandaré a un grupo de guerreros, no podemos arriesgarnos. Los fracasos no los perdona nuestra Reina.
Susannah reprimió un escalofrío, solo asintió. La comunicación fue cortada y el espejo solo mostraba su reflejo.
Esa noche nada podía salir mal, era demasiado importante, demasiados años de preparación y por fin podría librarse de aquella vida.
Susannah sonrió.
Después de pasar toda la mañana con Chris, Abby fue directa a casa de su abuela, le había prometido ir antes pero Chris tenía ese extraño efecto de distracción que nunca lograba aplacarlo.
La casa estaba relativamente cerca de la suya. Era un viejo caserón con uno de los jardines más floridos y espléndidos del pueblo, sin contar con el de su padre. De pequeña solía imponerle aquella casa victoriana pero con el paso del tiempo, se convirtió en un segundo hogar para ella e iba con mucha frecuencia.
Llamó a la puerta y no tuvo que esperar mucho, su abuela casi abrió en el acto.
Caroline Griffiths siempre llevaba su pelo canoso recogido en un moño alto. Su pelo blanco, sedoso y ondulado era envidiado por muchas de las señoras del pueblo y por su aspecto sano y fuerte. Sus ojos azules brillaron de alegría. Era más alta que Abby y su cuerpo, a pesar de las arrugas y la edad, era delgado y fuerte, casi como el de una mujer joven. Su abuela había sido profesora de gimnastas así que no le extrañaba tanto.
Recibió un fuerte abrazo.
–Felicidades cariño –la obligó a pasar y la llevo al salón.
A pesar del aspecto conservador del exterior de la casa, por dentro era todo lo contrario, estaba decorado a la última moda.
–Seguro que no has comido –apretó los labios y frunció el ceño. Todos sabían que Caroline odiaba a Susannah.
A Abby se le hacía raro que alguien quisiese a Susannah.
–No, ya he comido con Chris por ahí –le respondió, tampoco quería molestarla.
–Conociéndoos a ti y a Chris, seguro que ha consistido en patatas, gusanitos y gominolas –Abby iba a protestar pero tenía razón, solían empacharse de comida basura o gominolas en sus cumpleaños desde que tenían uso de razón–. Bueno, no importa.
No dijo que aquel era el último año que lo hacían, no hacía falta, esas palabras sin pronunciar estaban allí.
–Espero que al menos no tengas que preparar tu fiesta de cumpleaños –intentó cambiar de tema Caroline.
Abby puso cara de resignación.
–¿Tu qué crees? Pues sí –le respondió, empezó a rascarse la espalda de nuevo–. ¿No tendrás una crema para las picaduras no?
–Déjame ver, algunas veces con los bichos eres igual de exagerada que tu padre –Caroline le indicó que cambiara de posición.
–Eso es mentira, simplemente no me gustan los bichos –Abby se subió lo suficiente el vestido.
Caroline le tocó las durezas de la espalda y Abby no pudo ver la cara de preocupación que ponía su abuela al verle la espalda.
–Se te pasará enseguida, sólo tienes que dejar de rascarte –su abuela le volvió a bajar el vestido–. Contra más te rasques, más te picará.
–Lo sé –ella puso los ojos en blanco–. Es que me molesta mucho.
–A aguantarse toca.
Le dio unas galletas para que se distrajera, Caroline sabía perfectamente que le pasaba a su nieta, no veía la hora en que se marchara y así pudiera hacer la llamada para avisar.
–¿Cómo está Henry? –movió las manos nerviosamente.
Abby cogió una galleta e intentó pensar en una buena respuesta pero no había ninguna.
–Como siempre.
Se quedaron calladas y al final Caroline se levantó.
–Deberías ir al gimnasio, hace mucho que no entrenas, practica unas horas antes de la fiesta –le recomendó.
Ella se levantó también, estaba extrañada, era la primera vez que le decía que se marchara.
–Bien, lo haré –estaba confundida pero fue hacia la puerta.
Se despidieron y Abby de repente se sintió totalmente sola y triste. ¿También le iba a fallar su abuela Caroline?
Quizás se sintiese un poco resentida con ella después de decidir, hace dos años atrás, renunciar a ser gimnasta profesional.
Puso rumbo al gimnasio, todavía era socia y de vez en cuando iba y entrenaba, para no olvidar lo aprendido aunque su cuerpo era más voluminoso, con curvas, como el de una mujer joven y no como son los cuerpos de las chicas que se dedican a eso.
Tenía que reconocer que en parte lo dejo tras la traición de otra gimnasta, que pensaba que era amiga suya.
Todavía le dolía a pesar de que había ocurrido hace un par de años, entró en el gimnasio y saludó a la gente, quienes le devolvieron el saludo. Seguía hablando alguna vez con los de allí pero cada vez menos.
Fue al vestuario, solía tener lo imprescindible allí por si quería escapar de su casa algún rato así que no tuvo problemas para cambiarse. Mientras se hacia la coleta, volvió a rememorar aquellos años en los que pensaba que la amistad era eterna. Todavía lo creía pero no con tanta intensidad como antes.
Tras ganar tres medallas de oro y preparándose para la cuarta, su amiga y compañera cuyo nombre no pronunciaba nunca, al no entrar dentro del grupo que iba a competir, contó mentiras a todo el mundo sobre Abby, aprovechando que en aquel momento estaba enamoradísima de Michael, quién estaba de prácticas para ser entrenador.
Intentó no ponerse triste mientras se ponía un pantalón y una camiseta. Salió a la sala e ignoró a todos mientras se rehacía la coleta. En su época de gimnasta, era famosa entre ellos por su gran agilidad, nadie entendía porque había decidido dejarlo a pesar de aquel incidente.
En cambio, para Abby fue como despertar de un sueño, su anterior vida le parecía pobre y sin significado aunque debía de reconocer que en aquel momento de su vida, no sabía que quería hacer. Estaba desorientada.
Su enemiga, cuyo nombre no pronunciaba, le dio un empujón con el hombro cuando ella iba a una zona a calentar. Abby la ignoró, lo más irónico de todo, es que ninguna de las dos acabó yendo y su enemiga todavía no había conseguido ni siquiera llegar a las medallas de plata. Aunque todos los malentendidos se solucionaron, Michael se marchó y Abby lo dejó.
A pesar de todo, Abby se enfadó al recordar todo aquello, dejó el calentamiento y se concentró en sus prácticas.
Con determinación, en parte para demostrar su talento y en parte para probarse a sí misma, dio los primeros pasos y luego el primer salto. Enseguida se sumergió ante la costumbre, el subidón de adrenalina y todo lo demás desapareció. Ya no importaban sus problemas en casa, ni la traición de ella, la marcha de Chris…al terminar después de un último salto y pirueta, se dio cuenta de que aquel ejercicio lo había hecho con mucha más destreza y elegancia que las demás veces, y le dio la sensación de que había volado. La gente aplaudió con admiración.
Sintió que la cara le ardía y se marchó antes de que alguien le sugiriera que volviera. Ya en el vestuario, se quitó la ropa, se duchó y se volvió a vestir con la ropa de calle. Luego se sentó unos segundos en el banco del vestuario. Lloró ante todo lo que estaba pasando ella sola, ignorante de los cuatro bultos rojizos en su espalda y más hinchados.
Después de lo que le pareció a Abby una eternidad, se serenó y se secó los ojos, ya no podía hacer nada para no tenerlos rojos así que se armó de valor y salió fuera pero la voz de su antigua amiga le hizo pararse para escuchar.
–No sé quién se cree, viene y hace una exhibición esperando que todos la adoremos –dijo Nikki, su enemiga.
–Doña tres medallas de oro –se quejó otra compañera.
–Pues a mí me ha gustado… –la voz de la tercera sonó insegura.
Se escabulló para no oír más y fue directa a casa. Una vez allí se sentó con su padre en la tierra húmeda, a pesar de haberse evadido del mundo entero, su padre tenía un don con las plantas, crecían y echaban flores como ninguna otra.
De pequeña, solía acompañarlo, cuidando del jardín pero al crecer lo hacía con menos frecuencia porque le dolía verle encerrado en su mente.
Empezó a quitar las hojas muertas.
–Hoy he ido otra vez al gimnasio –empezó a contarle–. Por primera vez me he sentido bien en mucho tiempo.
Se calló unos minutos.
–Pero no ha durado –miró a su padre quien estaba podando un matorral–. Chris se marcha, siento como si me arrancasen otra parte de mí, una esencial.
Luego empezó a quitar las flores muertas.
–Me queda muy poco ya en Rivertown y no sé qué hacer con mi vida.
Su padre le puso una flor en el pelo, colocándola detrás de la oreja y le sonrió.
Se levantó Abby y se sacudió la tierra y las hojas.
–Yo también os echo de menos.
Se marchó a la cocina para preparar su fiesta de cumpleaños pero no llegó a oír lo que su padre dijo:
–Algo se acerca…
El resto de la tarde fue invertido el tiempo de Abby en preparar el salón para la fiesta, la comida, música…Mientras, en el exterior, una tormenta se acercaba veloz a Rivertown amenazando con una noche tormentosa y con algo más que ningún habitante se esperaba excepto Susannah.
Para desgracia de Abby, Susannah se había tomado la libertad de encargarse de invitar a la gente y en cuanto empezaron a venir los invitados, estaba claro que se había dedicado a escoger a todo aquel que Abby no soportaba, incluida Nikki.
Chris se puso a su lado, ambos con un vaso de plástico lleno de coca –cola.
–Esta es la peor fiesta de todas, sin ofender –le comentó él tomando un sorbo del vaso.
–No ofendes, en realidad es la peor del universo –le contestó ella–. A la mitad ni les conozco y la otra no los aguanto.
–¿Y esa de ahí no es…? –Chris alzó las cejas señalando a Nikki.
Abby empezó a enfurecerse, las primeras gotas de lluvia ya habían caído y ya llovía a raudales, la música evitaba que se escucharan los truenos así que estaba atrapada allí. Todos menos unos pocos que sabían dónde observar, no vieron como las enredaderas del exterior crecían lentamente, tapando las ventanas.
La cumpleañera podía sentir el nerviosismo del ambiente pero pensó que se debían a sus propios nervios por terminar de una vez con aquella farsa.
–¿Y qué se siente al ser un año más vieja? –le preguntó Chris con una sonrisa torcida y maliciosa.
–Oh, cállate, al menos yo ya no tengo dieciséis, no como otros –Abby le dio en el brazo.
–Eso a mí no me va a impedir ligar –movió las cejas.
Se callaron, era un tema que casi nunca tocaban, hablar de ligar, parejas o todo lo que implicase besar, pareja…
Llegó Daniel y rodeó con el brazo a Abby, le olía el aliento a alcohol.
–¿No hay un beso para tu hermanito?
–Puaj, aparta –le dio un manotazo pero Chris, con lo fideo que era, lo apartó con facilidad.
–Creo que tu padre hizo mal negocio al casarse –comentó Chris, estaba enfadado y siguió enfurruñado el resto de la fiesta.
Abby no replicó, tenía razón su amigo.
Se sentaron en el suelo y ambos contemplaron a la gente comer, beber y bailar.
–Son marcianos –dijo un viaje Abby.
–No, porque eso tendría explicación, en realidad son mutantes –le respondió Chris.
Ambos se echaron a reír.
La noche terminó pero no tan rápido como Abby esperaba, después de que el último invitado se marchara, cerró la puerta para encontrarse con Susannah detrás suyo.
–Limpia todo esto –fue todo lo que le dijo antes de irse a su dormitorio.
Ella suspiró y volvió a la habitación, para la fiesta se había puesto un vestido de tirantes encima de los vaqueros pero le seguía rozando demasiado la espalda y por consiguiente, le molestaba muchísimo.
Sin la música se podía oír el repiqueteo del agua en la casa y el ruido de las ramas al golpear. El viento acompañaba a la tormenta con su aullido, un relámpago iluminó todo para luego irse la luz y quedarse a oscuras.
Abby se asustó junto con el ruido del trueno y notó dolor. Mucho dolor.
Cayó de rodillas y otro trueno ahogó su grito angustioso al no saber qué pasaba. Su espalda ardía y notaba como algo rasgaba la piel, la carne.
Golpeó el suelo y agarró la alfombra, apretando los puños, alzó la cabeza y volvió a gritar.
Y luego una liberación.
Los rayos era la única iluminación que le permitía ver brevemente su alrededor, pudo apreciar la sangre salpicada a lo largo de la estancia cuyo origen había sido su espalda dónde notaba un nuevo peso alojado en esa zona. Había algo más, notaba como dos extremidades de más en su cuerpo.
Al intentar mirar, comprobó que se trataban de dos alas, se semejaban a dos alas de una libélula, eran enormes, estaban pringosas y carecían de color aparte de un tono rosado carnoso.
Intentó moverlas pero lo hizo torpemente y descompasadamente.
Sus alas, de libélula en posición horizontal, salían las grandes desde los omoplatos, dos extremos articulados y grandes de dónde salían otros extremos entre las membranas, las otras pequeñas salían un poco más abajo y eran iguales que las grandes.
Abby se asustó, no era normal que a una persona le salieran alas. Esperaba que al menos con todo el ruido que había hecho, Susannah y Daniel no bajaran.
Todavía le dolía muchísimo la espalda y sentía las alas entumecidas. Las intentó coger para plegarlas pero era complicado, le cayeron laxas hacia abajo.
Aquello era mejor que nada.
Escuchó un ruido en el exterior y unas sombras moverse.
–¿Quién anda ahí? –preguntó con miedo, si aquello había sucedido, no quería ni imaginar lo que podía haber allí afuera, en el mundo, oculto.
Con aquel nuevo peso extra en la espalda, le resultaba muy complicado moverse sin perder el equilibrio, avanzó lentamente.
Entonces se dio cuenta de que las enredaderas habían crecido de tal forma que ocultaba gran parte del exterior pero intentó mirar. Todo estaba oscuro.
–Tranquila Abigail, todo esto es un sueño y en cuanto me pellizque, despertaré –se dio un pellizco pero no sucedió nada–. Esto no puede estar pasando. No, no, no.
–No tienes nada que temer –dijo una voz de hombre.
Abby se giró asustada, el corazón le latía mil por hora.
Varias figuras se adelantaron para salir de la oscuridad, todos iban con capas.
–Abigail –volvió a decir el hombre, se quitó la capucha para que pudiera verle el rostro.
El pelo castaño claro, casi rubio, lo llevaba más largo que la última vez, tenía barba de unos días y sus ojos verdes le mantenían la mirada.
Era Michael, su amigo y el entrenador de prácticas que le sacaba ocho años y también tenía alas pero eran distintas, eran como las de una mariposa.
Se levantaban casi verticalmente y tenían vivos colores, le recordaron a un arco iris. Se fijó en que los otros también tenían alas como Michael pero solo variaban los colores.
–Eres un hada, como nosotros –habló una mujer de pelo anaranjado y ojos verdes–. Yo soy Blossom, a Michael ya le conoces.
–Esto no va a ser nada fácil de digerir Abigail –empezó Michael–. Pero venimos de Cenystel dónde la magia es como el aire que respiramos, es muy importante que vengas con nosotros.
Abby tenía la boca abierta, incrédula.
–Todo esto es una broma, ¿no? –les preguntó.
–Ojala lo fuera pero no, estás en peligro Abigail –le explicó Blossom–. Posees la marca de la libélula y tus alas son completamente distintas a las de cualquier hada.
–En pocas palabras, eres especial, un hada muy preciada –siguió Michael–. Hay gente que haría cualquier cosa por…
Uno de los encapuchados le cortó con un ademán.
–No es el momento –susurró.
–No pienso ir a ninguna parte –Abby intentó sonar firme pero fue todo lo contrario.
–Sólo queremos llevarte a un lugar seguro dónde aprenderás todo lo que necesites saber –intentó convencerla Blossom.
–E incluso quizás puedas encontrar respuestas –lo que dijo Michael era lo más sensato que había escuchado desde que aparecieron.
Todavía dudaba, eran demasiadas cosas en tan poco tiempo para procesar.
Su vida se había cimentado en mentiras, ni siquiera era humana, era un hada y la prueba eran sus alas.
Con la poca iluminación que le brindaba el exterior, miró su marca de nacimiento. Todo indicaba que desde que vio la luz del mundo, no tenía ningún tipo de elección, iba a tener que viajar a otro mundo sin siquiera poder despedirse de su padre, Caroline o Chris.
Entonces recordó que ese año se iba a quedar sola pero antes de poder tomar la decisión definitiva, una de las cristaleras explotó y en el salón volaron los trozos de cristal y pared.
–¡Ya han llegado! ¡Marcharos, nosotros los entretendremos! –gritó uno de los encapuchados.
Michael cogió la mano de Abby, mientras Blossom le echó una capa encima y tiró de ella para que corriera.
Salieron precipitadamente de la casa, rumbo al bosque.
–Debemos abrir un portal –le gritó Michael.
–Es muy peligroso, ¡podríamos acabar en cualquier parte! –le respondió Blossom.
–Cualquier lugar será mejor que este, no podemos permitir que se la lleven –Michael ayudaba a Abby todo lo que podía con sus alas.
–Pero puede que acabemos muy lejos de Adarathiel.
A pesar de estar corriendo ya por el bosque, se podía oír el ruido de la batalla que tenía lugar en la casa de ella, los fogonazos de luz indicaban el ritmo frenético de la lucha.
Un rayo se estrelló a pocos metros, en un árbol, los seguían. La lluvia solo hacía que las alas pesaran más y no se pudiera volar aunque para Abby no era una opción.
Unas formas encapuchadas salieron de la nada, bloqueándoles el paso, llevaban mascaras plateadas simulando una cara humana pero sin rasgos que las diferenciaran.
Giraron y siguieron corriendo.
–¡Entregádnosla! –gritó uno, tomó impulso con el brazo y lanzó cinco rayos con los dedos, se agacharon pero un árbol cayó, bloqueándoles el paso.
Blossom se giró y se apartó la capa, mostrando un vestido rojo de estilo medieval y con rubís cosidos en el corpiño.
–Retroceded –les ordenó Blossom.
–¿Qué va a hacer? –preguntó Abby a Michael.
–Disfruta del espectáculo, no todos los días se puede ver a una salamandra en acción –retrocedieron ambos.
Como empezando una danza, Blossom dio los primeros pasos al frente, levantó los brazos hasta dejarlos horizontales.
–Wrtvm –simplemente pronunció, cogió su varita de plata con un rubí tallado con forma de salamandra con una estrella de oro.
Con un golpe seco, el extremo inferior se alargó hasta tener la altura de un bastón de mago, hasta tener la altura de ella y lo clavó en el suelo.
Se generó un fuerte ruido y salió disparada hacia adelante una ola de calor abrasadora. La lluvia al entrar en contacto con dicha ola, se vaporizaba y los encapuchados gritaron de dolor mientras caían al suelo agonizando. Los rezagados se quedaron lo suficientemente lejos para quedar atrás.
Abby estaba entre horrorizada y asombrada por partes iguales.
Michael la agarró.
–Magia, aprenderás en Alathurelma todo lo que necesitas saber.
Una suave brisa los envolvió e hizo que flotaran hacia arriba y pasaran el árbol los tres.
–Vamos, no hay tiempo, debemos internarnos más hasta un buen punto –les dijo Blossom echando a correr sin inmutarse ante lo que había hecho.
Después de un rato, los alcanzaron los otros compañeros que se habían quedado para distraer, seguían llevando las capuchas.
–Van llegando más, debemos darnos prisa o sino todo estará perdido –les gritó uno.
Blossom le hizo una seña a Michael quien hizo que Abby se subiera a su espalda.
–Agárrate bien fuerte –le aconsejó, Abby se abrazó fuertemente a su cuello.
Cuando se aseguró, murmuró unas palabras.
–Umlxoem.
Abby asombrada, notó como un viento fuerte surgía de la nada, azotándolos. El grupo empezó a moverse más rápido y contempló como tomaron forma casi de humo, dejando una estela a su paso, ya debían estar muy lejos de Rivertown, en las profundidades del bosque.
Al girar la cabeza, vio como varios tornados tocaban tierra, ahogó un grito.
–No te preocupes, vamos a ser más rápidos que los tornados –intentó tranquilizar a Abby sin éxito cuando notó lo inquieta que estaba.
Los enmascarados volvieron a atacar, Abby no sabía en que se había metido, siendo rodeados por tornados y por unos enmascarados que les lanzaban rayos. Giró la cabeza solo para asustarse más, aquellos enmascarados iban montados en lo que parecían unas criaturas con cuerpo de oso y una cabeza alargada de leopardo. Algunos caían víctimas por los tornados pero inexplicablemente seguían apareciendo más.
Al volver la cabeza, las sorpresas no terminaba ahí, el bosque era interrumpido por un barranco, era imposible llegar hasta el otro lado pero ellos no dejaban de correr.
–¡No! ¡Parad! –empezó a gritar Abby pero no le hicieron caso, al llegar al borde, pegaron un salto.
Desplegaron las alas todos, incluido Michael con algo de dificultad al tener a la chica en la espalda. No podían volar porque tenían todavía las alas mojadas.
Abby contempló el espectáculo tan sobrecogedor, y con sorpresa, todos planearon hasta el otro lado, tocando tierra con suavidad.
Michael aupó a Abby y siguieron corriendo todos.
–Envía ya la señal –le gritó Michael.
Blossom alzó una mano y lanzó un chorro de fuego al cielo. Abby no tenía ni idea, no le habían contado gran cosa así que tenía que confiar en ellos.
Más adelante hubo un fogonazo de luz, la tierra tembló, al entrar en el claro vieron como en el centro, se iba abriendo un portal con la magia de cinco hadas. El portal, era una gran esfera luminosa que palpitaba como un corazón.
Se había establecido una conexión con Cenystel, un hilo mágico y frágil de transportación que no iba a durar mucho.
Michael hizo que Abby bajara. Algunos ya habían empezado a cruzar corriendo.
–Tu nueva vida espera Abigail, cruza.
Ella se acercó y tocó el portal, era caliente y notaba las vibraciones que surgían de dentro.
Se adentró en lo desconocido.
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