Rome et moi on a une histoire d'amour

  El sonido insistente y decidido de las cigarras. El graznido grosero e incisivo de las cornejas imprecando en romanaccio, las copas minúsculas de los pinos mediterráneos que se pierden entre las nubes, catapultados por sus troncos finísimos e infinitos. El sol impío que paraliza un aire que se corta con cuchillo, denso y henchido de humedad. Las precarias construcciones metálicas que conforman los mercados de carne, pescado, fruta y verdura, que salpican las calles intermitentemente. Los quioscos con sus toldos verdes, que parecen siempre cerrados por vacaciones. Las fuentes narigudas que se muestran piadosas, también calle sí, calle no, con la deshidratación severa del transeúnte que imprudentemente se aventura a la soledad de los laberínticos barrios residenciales, en las horas en que el sonido del calor está amplificado y ensordece. Todo se conjuga para reportar al pasado a quien tuvo como amante a Roma. El olor de la ciudad suspendida en el tiempo penetra los más ocultos recovecos de la memoria, resucitando sin delicadeza los recuerdos de tiempos más vivos, proyectando imágenes de tímida juventud sobre una blanca sábana de melancolía, fantasmagóricamente. Recordando con un eco ensordecido el amor intenso que una vez esta ciudad sintió por mí,ahora con el tiempo trocado en la ternura y la simpatía que despiertan una sincera amistad.

  El brillo apagado en las pupilas de un viejo amor, que otrora explotaban apasionadamente, me recuerdan lo que tú yo fuimos, Roma. Lo que tú sigues siendo y eres en estos momentos para los viajeros solitarios que tienen aún el privilegio de descubrir por primera vez la exhuberancia femenina que desprendes. La que yo ya libé hace tanto tiempo. Pero tras esta dulce nostalgia no hay dolor, porque el amor entre nosotros fue el más sincero que jamas hubo entre pareja mixta, mortal e inmmortal. El mayor posible entre dos sombras, dos fantasmas.

  Eterno como Totó y Alberto Sordi en los muros de una osteria. Roma...Roma...Roma.
29/6/2012