Es esa angustia otra vez, me forma un nudo en la garganta. Tengo ganas de llorar, pero no puedo, algo me impide hablar, gritar, huir. Una pequeña mano toca mi pierna, sus ojos me miran fijamente, y mi dolor aumenta. Por fin, consigo liberar una débil lágrima. Me arrodillo como puedo ante la pequeña y la abrazo inconscientemente, tan fuerte que me duelen los brazos. Mi desesperación aumenta con cada latido, y de pronto, la niña se separa de mi, tiene un gesto aterrado, sus ojos reflejan miedo, asco, retrocede lentamente mientras grita palabras que no logro entender. Comienzo a correr en dirección contraria, pero sé que no voy a llegar muy ...