Sentado sobre la insignificante banqueta, de espaldas a la barda y a un lado del poste de luz contempla el desolado paisaje: es la falda de un pequeño cerro, una región olvidada por el mundo, casi alejada de la mano de dios.
La basura se ha acumulado a orillas del polvoriento camino. Todo esto es para él ya algo cotidiano, familiar, de hecho: casi ama este desolado panorama tan suyo.
Ahí, inmóvil, tan solo respira y pestañea con una natural tristeza. Contempla a lo lejos un solitario arenal, el que los locales han convertido en una segunda cancha de futbol, en un segundo parque, uno más cercano a la realid