Era por la tarde, Miguel y Francisco yacían sobre la cama de este ultimo, con la mente en blanco, mirando el techo, aburridos.
—Causa, ¿qué hacemos? Me aburro.
—Yo que sé, a mi no me preguntes, que estoy igualito que tú.
—¿No se te ocurre nada qué hacer? —interrogó Miguel mirando a Francisco al rostro, hastiado.
—No.
Miguel soltó un suspiro largo y volvió a mirar el blanco techo del cuarto de Francisco, como si este fuera más interesante. No es que estar con Francisco lo aburriera, le encantaba estar con Pancho, de hecho era lo que más le gustaba en l
—Recuérdame… ¿Por qué te estoy acompañando?
—Porque eres mi amigo y para eso están los amigos pues.
—Pero que tu hayas hecho la apuesta, no quiere decir que yo la tenga que cumplir contigo.
—Ya pues, Pancho; no seas así.
Miguel Y Francisco caminan por una de las calles de Barrios altos, rumbo al cementerio “Presbítero Maestro” a medianoche. Cruzar el cementerio y volver, “y como prueba me traei una foto junto a una lápida,” había sido la apuesta hecha con Manuel el día anterior.
—¿Por qué estamos en el cementerio? —pre