UNA NOCHE AGITADA.
Desciendes del zaino semental andalusí. La cota de mallas de Montoya tintinea ligeramente. Recolocas la espada bastarda y aferras por el bocado al caballo. A tu lado, William sujeta a dos yeguas que parecen gemelas mientras Kurt saca de su funda un arco largo sajón. Justo delante de vosotros un grupo de robles se alza en la fría noche de octubre. Detrás, la llanura se extiende sombría y solitaria. El aliento se condensa en tristes nubecillas delante vuestro. Avanzáis en silencio hasta el pequeño bosquecillo. Dejas que los demás se internen entre los viejos troncos llenos de descorcha