La sangre manaba a borbotones de la herida de su vientre. Si se movía se desangraría más rápidamente y moriría; si no se movía, sus adversarios lo rodearían y lo matarían. Irónica dicotomía. Escupió un coágulo sanguinolento a la arena batida. El pitido en los oídos amortiguaba el clamor de las gradas del anfiteatro. Era sábado en Balij, festividad de la ciudad, y aquella tarde él era el espectáculo principal. Frente a él diez oponentes: tres ya muertos, siete en pie salivando en anticipación del festín de su carne, cadáver prematuro. Él, p